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Desde Elche, nuestra paisana Isabel Rastrollo Durán, la hija de 'Paco el dulcero' de nuevo, colabora con este periódico, ahora con una curiosa información que nos traslada a décadas pasadas con la historia de la 'Dulcería' que regentaron sus padres y que hizo las delicias de pequeños y mayores en unos años en los que venía muy bien endulzar el día a día de los valverdeños.
Mi padre, Francisco Rastrollo Masot era hijo de Miguel 'el Dulcero' y de Esperanza Masot Macarro, que era de Oliva de la Frontera. Mi abuelo Miguel aprendió muy joven el oficio en Badajoz, en la pastelería La Cubana, junto a Juan, dueño de la Casa 'Fuentes' de Olivenza con el cual tuvo siempre mucha amistad, como después también la tuvo mi padre con su hija Carmela.
Mi abuelo Miguel era más de panadería, aunque hacia los dulces de la época. Mi tío Juan y mi padre aprendieron el oficio trabajando con él desde chicos. Vivían en la calle Riscos, donde tenían una pequeña tienda y allí vendían sus pasteles.
Mi tío Juan murió muy joven dejando viuda a mi tía Emilia y tres hijos bien pequeños. Mi tía los sacó adelante poniendo una tienda de ultramarinos, donde también vendía los productos de la dulcería.
Mis padres se casaron en 1956, y se fueron a vivir también a la calle de Los Riscos, donde pusieron una tienda de ultramarinos y dulcería.
En el 1964, mis padres compraron la casa en la calle Virgen de Guadalupe y nos mudamos. Allí había más amplitud, y decidieron poner la dulcería. Los Domingos y festivos servían café y chocolate, creo que era el único sitio donde entraban las mujeres en aquella época, y se llenaba de parejas a tomar un vino de quina y una perrunilla, nada del otro mundo. Todas las habitaciones servían, si había negocio, para poner una mesa. Mi hermano y yo, junto con mi tía María Teresa, nos metíamos en la cocina que era de carbón y al tiempo que mi tía se encargaba de mantener caliente el café y el chocolate nos entretenía echando sal al fuego para que viéramos las chispas que salían y así pasar la tarde-noche, porque de televisión ni hablar. La primera vez que entró una televisión en mi casa fue el día que subió el hombre a la Luna, y todos mis vecinos, Jacoba y Juan Facunda, mi tío Luis el de Julián y mi tía Isabel, Asunción y Joaquín Facunda, nosotros, la chiquillería, estaban allí sentados.
Mi padre también puso, en lo que luego fue el estanco de mi tía Emilia, unos futbolines y bar, aunque no duro mucho tiempo.
El negocio de la dulcería no era gran cosa y apenas daba para pagar las letras. Algunas veces, cuando no había dinero, si iban a cobrar alguna letra Antonio González, Cidoncha, o Jesulín 'el de Paniagua', me mandaba mi madre a decirles que no estaban en casa y ese día había un poco más de tranquilidad.
Mi padre hacia unas magdalenas bizcochadas de picos que estaban deliciosas, y venía gente de todos los sitios a por ellas; cuando en el colegio de las monjas celebraban el día de doña Paula, venían los hijos de esta señora y encargaban muchas, tantas como alumnas había en el colegio y todas iban pasando delante de aquella señora sentada en el patio y recibían una magdalena y una jícara de chocolate.
Otra especialidad de mi padre eran sus famosas cañas de hojaldre hecho a mano y de 12 vueltas como el decía, rellenas de crema pastelera, de las que que tantas personas me preguntan por la calle cuando voy al pueblo. Se vendían como pipas. hoy en día parece una cosa extraña pero lo mismo mayores que jóvenes o pequeños salían y con el poco dinero de la época, una cañita caía, antes de ir al cine, en los paseos, al pasar por la puerta, etc.
Me acuerdo de los precios: las cañas, la galleta Napolitana y las perrunillas grandes a peseta, perrunillas pequeñas a cincuenta céntimos de peseta (dos reales), la docena de magdalenas a 6 pesetas que son poco más de 3 céntimos de euro.
Y de los refrescos, las limonadas, ¡madre mía! No caía agua en el pueblo para tantos litros como hizo. La limonada o granizada en la puerta de mi casa con su pajita y el plato de avellanas.
Luego estaban las chucherías; usábamos bolsas para rellenar de avellanas, confites, pipas, almendras, y pequeños caramelos de menta y de nata, el regaliz de Zara (buenísimo), los chicles, Bazoka, Dubble Bubble, Dunkin. Los chupa chup, los palotes, los discos de regaliz, los caramelos con piñones de Almendralejo, etc. También estaban los helados que en los veranos eran una delicia, primero los de cucurucho que los hacía con hielo de 'Juandemadre', se vendían en la dulcería o en la caseta que ponía mi padre junto a la fuente y por las calles los llevaban Manolete Nogales y Antonio Jimeno 'Macanás'. Luego llegaron los polos, primero de pocos sabores, de naranja, de limón y poco más, y los 'cortes', después más, de chocolate, fresa, nata, bombones, etc. Eran de una buena marca 'Helados Camy'.
No me olvido de la novelería de la feria, que para mí empezaba cuando mi padre decía que había que poner los toldos, todos con agujeros, porque siempre llovía; más de uno recordará alguna madrugada al pasar y moverse el viento como recibía alguna ducha imprevista.
Así fue pasando el tiempo y llegó la jubilación, la mejor época que les conocí, tranquilos, sin angustias, sin facturas ni agobios, le ayudaban a mi hermano con los cupones, se apañaban con lo que cobraban, venían a Elche a disfrutar de sus nietos, siempre recortados porque, como todos, los padres tenían que cuidar de su hijo, pensando que no podría sobrevivir sin ellos. ¡Cuánto me gustaría que lo vieran, como con todas sus limitaciones vive sólo y bien!
Espero que a mis paisanos les guste recordar aquellos tiempos, y esto sirva de buenas conversaciones, de que nos dejemos el móvil y hablemos, y de que cada día demos gracias a la vida por lo que tenemos, pero sin olvidar que hay gente que está mal y tiene poco.
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