Los portugueses asaltan Valverde de Leganés en 1641 (II parte)
Hechos acaecidos el 28 de octubre de 1641, noche en que la villa de Valverde fue asaltada por el ejército portugués en su intento por conseguir su independencia de la corona de Castilla
María Egipciaca pizarro sabido
Martes, 20 de marzo 2018, 14:49
Este artículo se está publicando en tres veces por su extensión, y en él nos vamos a retrotraer dos años, concretamente al 28 de octubre de 1641, fecha en que fue asaltada la villa de Valverde por primera vez por el ejército portugués.
La información de este artículo es la traducción que realicé de los Comentarios de los Valerosos Hechos que los Portugueses realizaron en defensa de su Rey y Patria en la guerra del Alentejo que continuaba el Capitán Luis Marinho de Azevedo, gobernando las armas de la misma provincia. El Conde General de Vimioso. Mathias de Alburquerque. Martim Afonso de Mello, texto que igual que la carta ya publicada se encuentra en la Biblioteca Nacional de Portugal y está fechado en Lisboa en 1644.
Este libro está dividido en dos partes y la primera de ella en dos libros. Los hechos relacionados con Valverde son los tres primeros capítulos del segundo libro.
Los hechos acaecidos están vistos desde la óptica del enemigo, el ejército portugués. Lo interesante de este artículo radica en la información que nos da de las ermitas existentes en la época y de su situación; algunas de ellas siguen existiendo, como la de Los Mártires y otras desaparecidas como la de San Pedro, de la que se tienen escasas noticias.
Igualmente se hace una descripción pormenorizada de la villa, de su iglesia, de la situación de las trincheras, sus fortificaciones, la construcción de sus casas, etc. Y tal es el realismo con el que se describe el fragor de la batalla que su lectura hace que estemos ante un guion cinematográfico.
Se transcribe a continuación la segunda parte de las tres en que se han dividido los mencionados capítulos.
Estaba la villa en su totalidad lo mejor fortificada que se puede considerar, porque los tres caminos principales disponían de gruesas trincheras de piedra y barro con su foso, banqueta y parapeto, en las que había troneras porque disparaba la mosquetería sin descubrir a los soldados. Las entradas de las calles estaban igual y en el medio y final de cada una estaba su retirada. Las casas se comunicaban unas con otras por la parte de dentro y con las mismas troneras en las paredes, puertas principales, huertos y además en los tejados. La plaza de la villa estaba fortificada con un reducto con sus retiradas para una iglesia grande, fundada en la parte superior de la villa, y cercada por tres trincheras, una más alta que otra, y desde la torre de las campanas se divisaban todas las calles. Con estas fortificaciones, y la buena guarnición y cabos que había dentro se podía defender de un numeroso ejército: pero siendo el nuestro tan pequeño, contendieron el valor y la temeridad en tan arriesgado asalto.
Atacada la villa, las compañías echaron a correr hacia las trincheras, las cuatro tropas con el tercio de Ayres de Saldanha por el camino de Alconchel, y dando la caballería vuelta al monte que quedaba como caballero de la villa, ganó el cuerpo de guardia de la Ermita y bajando de allí los salió a recibir la caballería enemiga con demostración valerosa y dándose una a otra cargas de pistola y carabina volvieron los castellanos al abrigo de sus trincheras, donde se dio a los nuestros una de mosquetería con la que mataron a João Soares de Carvalho, Teniente de João de Saldanha da Gama, soldado de grandes esperanzas y conocido esfuerzo; y junto a la misma trinchera derribaron también muerto a João Mendes de Magalhães que había guiado esta facción, y dieron dos balazos a Antonio Machado da Franca Teniente de D. Rodrigo de Castro, y matando el caballo de don João d'Atayde se liberó de él venturosamente subiendo al de un castellano que con otros ocho mató nuestra caballería, llegando en su alcance a poner los pies en las trincheras, donde a pistoletazos derribaron a muchos.
No se aprovechó la infantería de las escaleras y granadas porque dando los soldados la primera carga embistieron y entraron, ayudando unos a subir a los otros y los que no pudieron les servían las lanzas de escaleras, siendo tan espesas las cargas del enemigo que se topaban unas balas con las otras.
Por la parte que tocó al tercio de don João da Costa se peleó con tal osadía que deshaciendo la trinchera a fuerza de brazo se abrió una gran puerta para entrar los soldados, lo que viendo el Sargento mayor Leonardo d'Albuquerque vino corriendo a decir al General, que la villa estaba ganada, y queriendo encontrarse con ellos en todo el trance embistió por la misma parte y junto a la trinchera le cayó a los pies muerto de un balazo el Capitán Ieronymo de Castro. Al Maestre de Campo Ayres de Saldanha, entrando a la trinchera por la parte que le fue señalada, le dieron una pedrada que cayó al suelo como muerto, pero volviendo a levantarse recuperado bañado en sangre dijo a los soldados que no era nada, animándolos a pasar adelante hiriendo y matando a los enemigos; lo que también hacía el Sargento mayor Barbuda por la parte por donde entró. Ganadas las primeras trincheras con muchas muertes y heridas de los enemigos y algunas de los nuestros se comenzó el asalto de las trincheras de las calles con los mismos daños y peligros, y una vez habían entrado cruzaban los balazos de las troneras de las casas y ventanas sin dar lugar a que los nuestros avanzasen nada, porque cargando las mujeres los arcabuces y mosquetes los disparaban los soldados sin intervalo alguno, por lo que se forzó a los nuestros a arrimar los hombros a las puertas de las primeras casas y entrando en ellas encontraban tal resistencia que cada palmo les costaba mucha sangre; y, ganada una se tenía el mismo trabajo con la que le seguía, y todavía no era éste el mayor daño, porque entrando algunos de los nuestros por las puertas de los huertos se topaban dentro de las casas con los que habían entrado por las puertas principales y entendiendo ser castellanos se herían y mataban los unos a los otros.
Pero venciendo todos estos peligros fueron los nuestros ganando las casas y las trincheras de las calles, dejando en ellas muchos muertos, hasta llegar a la plaza y atacaron el reducto y fortificaciones de la iglesia donde no pudieron entrar porque en el campanario desde donde todo se divisaba, mataron algunos clérigos que estaban allí al Capitán João de Seixas y Agostinho Pinto Mouco e hirieron gravemente a Manuel da Fonseca Manso Capitán de ordenanza de la villa de Cortiçada, que después murió en Olivenza, y otros oficiales y soldados valerosos con quienes los demás disminuyeron la fuerza de aquel primer ardor, con quienes habían ganado tantas trincheras, y atemorizados de tal manera que no podían los Maestres de Campo, Sargentos mayores, ni los ayudantes del Teniente Felippe de Mattos y Christovão da Fonseca, ni los demás Capitanes y Oficiales hacerlos pelear; por tal novatada o infame codicia de nuestros soldados que una vez ganadas las casas se quedaban dentro comiendo y bebiendo, robando lo que encontraban y cargando ropa, pudiendo más con ellos una torpe vileza que ver pelear a los compañeros.
No paraba en esos momentos el General, porque peleando como soldado normal acudía a todas las partes con gran resolución acompañado de los Maestres de Campo don João da Costa y Rodrigo de Miranda, que fue con él desde Olivenza; y viendo que algunos soldados se retiraban y otros se amparaban en las paredes de las casas con miedo a las balas, ordenó a los oficiales que los hiciesen volver a los cuchillos, y él hacía lo mismo, sin obedecer nada porque el miedo y deseos de salvar los despojos, les hacían saltarse su obligación por ser cierto que cuando falta el honor, honra y vergüenza en los soldados no habrá bajeza que no intenten.
Pareciendo al Comisario General Francisco Rabello d'Almada que la villa estaba rendida y que atemorizaba al enemigo con las tropas metió dentro tres, llegando hasta la plaza donde el balazo de una palanqueta de mosquete que le quitó la vida, acertándole en un ojo que sólo llevaba descubierto; y gritando nuestros infantes a los de a caballo para que no los estorbasen se retiraron, dejando el cuerpo del Comisario; lo que viendo Fhelippe Ferreira, su Alférez, se apeó y con otros soldados lo quiso recoger, pero llovieron sobre ellos tantas balas que, matando e hiriendo a algunos, los demás no lo pudieron conseguir. Llegó por aquella parte el Alcalde mayor de Sintra André d'Albuquerque y viendo que era deshonra dejar el cuerpo difunto de un hombre de tal puesto entre los enemigos dio a una castellana cuatro mil reales por atarle una cuerda al cuello y por la cual arrastrarlo hasta lugar más seguro donde el Alférez lo puso en su caballo y lo sacó de la villa con gran sentimiento de los que vieron tan lastimoso espectáculo, principalmente del General que lo estimaba por lo bueno de su persona y perderse con él un soldado muy experimentado; y no faltó quien atribuyese al justo juicio de Dios su muerte y retirada del difunto cuerpo atado con una cuerda al cuello.
Parte I
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