

FERNANDO NEGRETE GARCÍA, Cronista Oficial de Valverde de Leganés
Jueves, 20 de marzo 2025, 08:06
En mayo de 1811, en plena Guerra de la Independencia contra los franceses, Badajoz se encontraba ocupado por el ejército de Napoleón a las órdenes del mariscal Philippón, también gobernador de la capital pacense que se encontraba sitiada al pie mismo de sus murallas por las tropas aliadas hispano-anglo-lusitanas a las órdenes del mariscal inglés William Beresford. Ante el inminente peligro de perder la plaza, Napoleón envió un gran contingente de fuerzas, bajo el mando de Jean de Dieu Soult, mariscal general de Francia, en auxilio de los sitiados.
Conocida que fue la proximidad del ejército de Soult, con más de veinte mil infantes, cinco mil caballos y cuarenta cañones, mandó Beresford descercar la plaza en la noche del día 15 de mayo. El día antes, se habían reunidos en Valverde de Leganés, en la casa nº 1 de la calle Las Torres, hoy casas números 7 y 9, los generales, Castaños, Carlos de España, Ballesteros, Joaquín Blake y Beresford; habían convenido presentar batalla a los franceses en las cercanías de La Albuera, donde fueron reunidas todas las fuerzas aliadas que sumaban treinta y un mil hombres, de los que veinticinco mil eran infantes y el resto jinetes. Había quince mil españoles y el resto ingleses y portugueses, por lo que siendo mayor el número de los extranjeros y conforme a lo ya pactado desde la victoria de Bailén de mandar en jefe el general que tuviese mayor contingente de hombres, dirigió esa batalla Beresford. Por eso se critica el que el busto de Castaños presida el monumento de La Albuera, puesto, que, en esa batalla, no pasó de ser un general más.
La batalla de La Albuera ha sido también arranque de una tradición trasmitida de generación en generación. Según dice esta creencia, en la plaza sitiada de Badajoz faltaba ya el dinero y que en la columna del general Soult venían grandes cantidades de monedas de oro sobre mulos para hacer frente al importe de las pagas del Ejército. Al estacionarse la marcha por la batalla, se suponía que fueran bajados de los mulos los arcones y enterrados. Cuando en la vertiginosa retirada, cae herido el capitán intendente francés, fue atendido por los soldados aliados y antes de morir confesó que el oro estaba entre «La Natera» y «La Alameda», enterrado a unos pies de profundidad y junto a una encina marcada por una herradura de las de cuatro clavos. Son miles de encinas las que existen hoy entre los límites señalados.
Algunos viejos del lugar, recuerdan haber visto franceses con planos y anotaciones buscando por esa zona y suponen andarían a la caza de ese tesoro que se imagina de valor incalculable, porque con el dinero del ejército, debió ser enterrado también el rico botín que llevaran los soldados.
En esta zona está la finca «El Chaparral» que es la que se ha considerado como «la finca del tesoro», pero se da el caso de que en el corazón de más de una encina centenaria ha aparecido, pulverizada por el tiempo, una herradura de las de cuatro clavos. Los pastorcillos de hace muchos años, como los de hoy, han jugado con la leyenda para provocar chascos a la gente crédula y se han entretenido clavando herraduras viejas en las encinas. Por eso ya no hay quien se fie de esa contraseña.
Esta información fue publicada en el mes de junio de 1964 por el diario HOY, en su sección «EXTREMADURA PUEBLO A PUEBLO» con el título: «El Chaparral» es la finca del tesoro incalculable que se supone enterrado desde la batalla de La Albuera.
La finca «El Chaparral» se encuentra a 4 kilómetros de Valverde por la carretera de La Albuera. Actualmente apenas unas treinta encinas se encuentran en las proximidades del cortijo como testigo de lo que hace dos siglos sería un frondoso y poblado encinar.
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