Dos valverdeñas buscan un milagro
Una madre y una hija viajaron, en septiembre de 1892, hasta el balneario de Caldenas (Lugo) buscando un milagro que sanara a al joven. Y lo encontraron.
Fernando Negrete García, Cronista Oficial de Valverde de Leganés
Miércoles, 13 de abril 2022, 08:01
En la última década del siglo XIX, Valverde de Leganés tenía unos 3.800 habitantes; en 1892 el alcalde era Ruperto Ortiz, la feria se celebraba del 13 al 15 de septiembre y era importante por sus transacciones de ganado, y en cuanto al tema sanitario con el que está relacionada esta noticia, los médicos de la localidad eran, Ramiro Cerezo y Ángel Rubio, y el farmacéutico, Juan Guillermo Delicado Morera.
En este Valverde, una joven estaba afectada de un grave problema de salud, y su madre buscaba una posible curación.
El 23 de septiembre de 1892, el periódico El Siglo Futuro, se hacía eco de la curiosa noticia que estaba protagonizada por dichas valverdeñas, madre e hija.
La madre, ante el grave estado de salud de su hija, viajó con ella a un balneario gallego buscando que el efecto sanador de sus aguas aliviara la enfermedad de la joven.
La noticia recoge el dramatismo de la situación de ambas, que lejos de su hogar, tienen que hacer frente a una situación desesperada abocada a un trágico final.
¿Cuál es el desenlace? Lo descubrirás en la transcripción literal de la noticia publicada por el Siglo Futuro.
«Un caso curioso»
«En la mañana del día 18 presentóse en el balneario de Caldelas (Lugo) una joven, natural de Valverde de Leganés, provincia de Badajoz, acompañada de su madre, con el propósito de someterse al tratamiento de las aguas la primera, después de la consulta con el médico del establecimiento.
El estado de la enferma era de tal cuidado, ofrecía tan pocas esperanzas de vida, que parece ser que se aconsejó a la pobre madre que marchase inmediatamente con su hija para que cualquier triste suceso que pudiera ocurrirles no las sorprendieran fuera de su hogar.
La hemorragia que por nariz y boca presentaba la María Antonia, y que permitía creer se hallaba interesado su pulmón, no dejaba concebir, por su intensidad y pertinacia, esperanza alguna.
Estas impresiones produjeron verdadera desolación a la pobre madre, y llorando se encontraba a tiempo que dos jóvenes que por su lado pasaban a tomar las aguas, preguntárosle por las causas de sus cuitas.
Díjoslas ella, y procurando consolarla, dijéronla que se consultase con un médico hospedado en la fonda Santoro.
Madre e hija presentáronse al aludido médico, residente en Lugo, el cual, después de analizar detenidamente la sangre, pudo afirmarse de que no procedía del pulmón, como pudo creerse en el primer momento.
Para buscar la causa de la hemorragia examinó la garganta, advirtiendo en la parte posterior de las fosas nasales un bulto eréctil que, tocándole, se oscurecía, ocultándose por completo en el velo del paladar.
Practicó el médico la incisión del bulto y pudo extraer una larga sanguijuela que consumía lentamente a la joven María Antonia.
La emoción que sufrieron la enferma y su madre fue verdaderamente indescriptible, tanto por la natural sorpresa, como por ver curada en el momento a la enferma, cuya vida se consideraba perdida, pues la hemorragia se contuvo inmediatamente.
En toda la fonda produjo impresión la alegría inusitada de las dos mujeres.
Según la relación que ambas hacen de la enfermedad, la María Antonia, desde hace tres meses, venía padeciendo lo que, según distintos médicos, era un catarro pulmonar, por el cual le fueron prescritas las aguas de Caldelas, hacían pensar en su muerte segura y próxima».
Una vez descubierto el feliz desenlace queda para la imaginación del lector la gran diferencia de los viajes que realizaron madre e hija, y que seguramente sería en un coche de caballos hasta Badajoz y en tren hasta Madrid y Galicia, y viaje de regreso; el de ida, triste y penoso, y el de vuelta, alegre y feliz. Así como también sería el contento de familiares y conocidos a la llegada a Valverde.
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